domingo, 19 de abril de 2020

FRANCISCO VÁZQUEZ GARCÍA Y JOSÉ LUIS MORENO PESTAÑA : SOCIOLOGÍA DE LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA



 



Escrito por Luis Roca Jusmet

 Este artículo no es académico, aunque se base en dos libros que son, en el buen sentido de la palabra, académicos. Son dos libros escritos por Francisco Vázquez García y José Luis Moreno Pestaña. Dos de los mejores filósofos vivos de nuestro país, a mi modo de ver. Ambos son profesores de la Universidad de Cádiz y se dedican, entre otras cosas, a la sociología del conocimiento filosófico. Aparte de los libros que analizo aquí han coordinado el libro Pierre Bourdieu y la filosofía. ( Barcelona : Montesinos, 2006).
  La sociología de la filosofía es una disciplina novedosa en nuestro país. Pero hay trabajos muy interesantes en esta línea fuera de él, como el enciclopédico estudio del profesor de la Universidad de Pensylvania  Randall Collins, los de Martin Kutsch de Cambridge y sobre todo los del Centro de Sociología Europea fundado por Pierre Bordieu.  Jose´Luis Moreno Pestaña ha hecho una magnífica traducción del libro fundamental del gran sociólogo francés y colaborador de Bordieu, Jean-Claude Passeron :  El razonamiento sociológico ( Madrid : Siglo XXI, 2011). También Filosofía y sociología en Jesús Ibañez ( Madrid : Siglo XXI, 2009) muy complementario de los que nos ocupan.  Hay que decir  también que, tanto Francisco Vázquez García como José Luis Moreno Pestaña, están entre los filósofos españoles que mejor han trabajado la obra de Michel Foucault.
 ¿ Existe una filosofía española ? Esta es la primera pregunta y se la hace Salvador López Arnal en una entrevista a Francisco Vázquez García en el número 265 (febrero de 2010) de la revista El Viejo Topo.  Responde  así: “ Esta es una cuestión muy disputada. Yo prefiero no entrar en la formulación de definiciones que pueden llevar a esencializar una realidad esencialmente histórica. Con frecuencia, además, esa discusión no es sino la forma sublimada de una controversia política, ideológica. Piénsese, por ejemplo, en la lucha emprendida por los filósofos oficiales del franquismo, por consolidar a Séneca como filósofo español... Por eso prefiero ser nominalista y rebajar el tono. Yo diría que hasta la formación de las llamadas “escuelas” de Madrid y de Barcelona, en los años 20 y 30, no puede hablarse de un campo filosófico profesional en España. Se configura entonces, a partir principalmente de una importación (o sea de una “descontextualización” y “recontextualización”) de problemáticas teóricas centroeuropeas, alemanas, un trasfondo de cuestiones, esquemas de argumentación, emplazamientos institucionales y redes de maestros y discípulos que guardan cierto aire de familia. A este conjunto le podemos denominar filosofía española.
 El libro de José Luis Moreno Pestaña se titula La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil(  ( Madrid: biblioteca Nueva, 2013). Lo terminó después del de Francisco Vázquez, aunque se refiere a la época anterior. El tiempo que abarca este estudio va desde finales de la Guerra Civil hasta los años 60. El planteamiento del libro se desarrolla en torno a  los tres debates que articulan , para el autor, la filosofía en esta etapa histórica. Su desarrollo explica como se constituye esta norma de filosofía canónica en torno a la crítica a Ortega Gasset. También como aparecerá la transgresión de esta norma en el debate entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno.
 El primer debate trata sobre el tema de las generaciones, una de las problemáticas abiertas por Ortega en su análisis de la historia. Intervienen básicamente los seguidores directos de Ortega, representados por Julián Marías, y los de Xavier Zubiri, a través de Pedro Laín Entralgo. El tema de las generaciones plantea cuestiones como la vinculación entre un aspecto biológico, otro político y otro relacionado con los repertorios de creencias y de proyectos comunes. A nivel político, por ejemplo, las generaciones pueden dividirse entre los que accederán al poder (30-45 años) lo que están en el poder (45-60) y los que lo han dejado (a partir de los 60). Ortega planteará una medida de 15 años, por tanto, para definir las generaciones, entendida esta como la pauta a través de la cual se suceden los grupos humanos. Moreno Pestaña enriquecerá lo que se cuece en este debate precisando las diferencias horizontales que se dan entre las zonas centrales y periféricas de cada generación. Lo que pretendía Ortega con esta hipótesis era armar conceptualmente, desde la filosofía, a la ciencia histórica. En realidad la misma noción de generación sirve para entender este debate entre Marías y Laín. Los dos forman parte de la misma cultura (utilizo aquí un término que curiosamente está ausente en Ortega y en libro). Porque solo, como bien nos enseña Moreno Pestaña, compartiendo un terreno común es posible el diálogo. Si no hay una cierta reciprocidad no es posible entender los argumentos del otro. En realidad, apunto yo, esto es el diálogo. Dos lógicas diferentes pero que implican un marco en el que es posible y deseable la escucha del otro.
 El segundo debate surge a partir de la batalla entre orteguianos y no orteguianos. La victoria es, ciertamente, de los segundos, que impondrán su norma canónica a la filosofía posterior. ¿Cuál es el debate? El de la propia definición y la valoración del filósofo. ¿Quién es el filósofo? ¿Cómo evaluarlo? Son necesarios criterios que diferencien el que es un filósofo del que no lo es. Pero también  el que nos permite distinguir entre un buen y un mal filósofo. Ortega plantea, contradictoriamente, un modelo de filósofo que él mismo no acabará de asumir. Para él el modelo es una filosofía abierta, antisistemática, abierta   a la historia y a  la ciencia social. El adentro de la filosofía solo puede entenderse desde el afuera. La filosofía académica cerrada es improductiva porque no podemos encerrarnos en los textos filosóficos, si queremos que la filosofía nos ayude a entender el mundo. Pero Ortega, a pesar de sus propios planteamientos, estaba empeñado en sistematizar su filosofía .Sus alumnos más fieles, como Julián Marías, pedían, junto con los críticos de Ortega ,que este publicara su obra sistemática. Se trataba de ir a los textos desde el contexto y éste era tanto el biográfico como el histórico. Pero se perdió la batalla : ganó la filosofía canónica y lo hizo a través del tomismo.
 El tercer debate es paradójico. Es un debate que no se dio explícitamente y que se planteaba entre los dos grandes defensores  de la transgresión a la norma canónica. Se trata del texto de Manuel Sacristán “Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores” y el texto con el que le respondió  Gustavo Bueno. Sacristán no le contestó. En realidad, plantea Moreno Pestaña, seguramente no lo hizo porque eran demasiado próximos y planteaban los dos una ruptura con la norma y una recuperación del proyecto de filosofía abierta, ligado a las ciencias sociales de Ortega. Sacristán radicaliza a Ortega porque lo llevará hasta el fondo : vamos hacia el final de la filosofía académica. Pero hubiera estado bien que Sacristán contestara a Bueno, ya que este final anunciado de la filosofía académica, no implica necesariamente la eliminación de la propia filosofía como tal. Este era el debate interesante.
 El segundo libro es La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica ( 1963-1990) Herederos y pretendientes( Madrid, 2009, Adaba editores). El libro está escrito por Francisco Vázquez García. Lo hace con un elemento empírico : la reconstrucción de 50 trayectorias filosóficas, que aparecerán en un contexto social, político e intelectual y que tejerán unas determinadas redes. El punto de partida es el año 1963, año del Concilio Vaticano II, acontecimiento tiene muchas implicaciones, teniendo en cuenta las vinculaciones de la filosofía española de la época con el campo religioso. Los sectores oficiales (“los herederos”) adoptan posiciones más progresistas y entran en diálogo con problemas sociales y con filósofos no oficialistas. A partir de 1970 los “pretendientes” ( filósofos jóvenes que están fuera de los canales oficiales) van ocupando lugares estratégicos en las instituciones y en las redes asociadas ( como las editoriales, revistas y congresos) . Hay, paralelamente, todo un proceso en el cual aumentan las licenciatura filosófica por la demanda de profesores de filosofía para la enseñanza secundaria. Pero también porque en una época de gran conciencia política la filosofía daba prestigio a los jóvenes universitarios.
 La Transición política profundiza este proceso. La aprobación en 1983 de la LRU facilita y consolida esta tendencia de la toma del poder por parte de los “pretendientes” de los poderes institucionales y sus redes. Todo el proceso estudiado culminará  simbólicamente el año 1990 con  la  puesta en marcha de la revista Isegoría.
 La redes renovadoras de los oficialistas   se concretan sobre todo en los sectores pertenecientes al Opus Dei y en  Sergio Rábade y la red que desplegará. El Opus Dei adquirirá poder, pero no tendrá ninguna fecundidad filosófica importante. Sergio Rábade potenciará una metafísica crítica. Serán los nuevos guardianes del canon  Están también, más matizadamente institucionales porque no siguen la norma, Manuel Garrido y el citado Gustavo Bueno.
 Las redes alternativas (los “pretendientes”) se configuran en varios frentes. Está el frente que deriva del también citado Manuel Sacristán, alumno heterodoxo de Ortega. Pero sobre todo las que tres líneas que surgirán a partir de Aranguren. En primer lugar surgirá  el polo religiosos- escatológico, centrado en un humanismo de raíz cristiana y en la función moral de la filosofía. El Instituto Fe y Secularidad será su lugar de encuentro. Encontramos aquí a discípulos como José Luis Abellán, Victoria Camps o el ex-jesuita Ramón Valls, que se convertirá en uno de los grandes expertos en Hegel. Otros, como Javier Sábada seguirán una trayectoria más radical, tanto filosófica como políticamente. La revista “Cuadernos para el diálogo” formará parte de este polo, con gente que tendrá un papel determinante en la política de la Transición, como Gregorio Peces-Barba.
 En segundo lugar tenemos al polo científico. Son los más influenciados por la filosofía analítica, con respecto a la cual Aranguren se mostrará bastante receptivo. Trabajaran la filosofía de la ciencia y la lógica simbólica. La figura más importante es Javier Muguerza. Discípulos suyos brillantes serán José Hierro Pescador y el malogrado Alfredo Deaño.
 El tercer polo es lo que Vázquez llama el polo artístico. Aquí encontramos a gente como José Mª Valverde y Agustín García Calvo, aunque la relación con Aranguren, sobre todo el segundo, sea difusa. Más tarde será Fernando Savater y Eugenio Trías los que brillarán especialmente, no solo en este grupo sino en el de toda la filosofía española a partir de la Transición.
  Serán los “herederos” de Aranguren los que acabarán dominando las redes institucionales de la filosofía española. Francisco Vázquez ya se encarga de precisar que no es que considere que la filosofía de Aranguren tenga un valor y una influencia excepcionales. Su influencia será más por defecto : es la falta de maestros la que le da este lugar privilegiado. En realidad son toda una serie de características personales de Aranguren ( de su carácter dialogante, abierto, coherente, rebelde) las que, en un contexto como el del franquismo, lo convierten en una referencia. Su poca creatividad filosófica y consistencia conceptual hacen de él un personaje del que se derivarán influencias tan diversas. Yo añadiría una palabra que, por su filiación teórica, no utilizan Moreno Pestaña ni Vázquez que el la de imaginario para entender lo que estamos diciendo. Más que el término energía emocional me parece que imaginario precisa muy bien estos flujos de creencias e inmersiones prereflexivas, estas identificaciones con carga emocional. Los otros conceptos formulados por los dos filósofos me parecen, en cambio, muy operativos. Me refiero a conceptos como el de campo, el de red o el de capital. Campo como los agentes que intervienen en un espacio determinado de actividad simbólica. Red como eje diacrónico e intergeneracional que une a maestros y discípulos en una red más o menos larga. Capital  es una fuerza social determinada ( en este caso en el campo de la filosofía) que puede ser de diversos tipos : intelectual ( reconocimiento por los pares), académico ( en las instituciones ), mediático o político. Moreno Pestaña lo completa con otras nociones interesantes, al señalar los tres polos de la excelencia intelectual ( en este caso filosófica) : el reconocimiento institucional, el intelectual ( de los que habla también Francisco Vázquez) y la autonomía creativa. Como nos dice Moreno Pestaña los dos primeros funcionan a corto o medio plazo y el tercero a largo plazo. Y no tienen porque corresponderse : la historia nos muestra que un gran creador puede ser un paria académico. En cierta manera es como se reconocía Sacristán.
 Los trabajos de los dos filósofos y sociólogos son potentes. Son innovadores y muy rigurosos. Su conocimiento de la filosofía les permite centrar bien este trabajo sociológico, no filosófico. Siguiendo la influencia de Randall Collins, por un lado, y de Pierre Bordieu ( sobre todo) por otro.
Trabajo sociológico cualitativo, pero empírico.
 Me voy a permitir, de manera totalmente artesanal, sin pretensiones científicas, plantear dos opiniones. La primera sobre el resultado de estos trabajos, pero no desde un punto sociológico sino filosófico. Aquí me interesa sobre todo la autonomía creativa más que los capitales intelectuales o institucionales. La segunda sobre estos casi 25 años no contemplados en esta visión, desde 1990 hasta el 2014 que se acerca. Me baso en mi experiencia, informaciones y las reflexiones que ambas me han abierto a partir de la lectura del libro.
 La primera cuestión es que hay dos filósofos que quedan poco destacados, a pesar de su importancia. El primero es Agustín García Calvo y el segundo Emilio Lledó. Francisco Vázquez me ha comentado que publicará un artículo para señalar la importancia de Lledó, que queda poco marcada en su libro. El caso de Agustín García Calvo es más complicado. Lo es porque a pesar de tener un capital institucional y mediático, es un pensador inclasificable que se ha movido al margen de sus pares, creando un círculo de incondicionales, de los que, desde el punto de vista filosófico no han destacado ninguno, que yo sepa. Ahora bien, desde el punto de vista de la autonomía creativa, me parece que fue (murió, como sabemos, el año 2012) el filósofo español más importante de la segunda mitad del siglo XX. Lledó y García Calvo pertenecen a la generación de los nacidos los años 20, como Manuel Garrido, Manuel Sacristán y Gustavo Bueno.
 La segunda cuestión, que es la más interesante, es que ha pasado con la filosofía española estos últimos veinte y pico de años. Algunas líneas las marca el propio Francisco Vázquez: tendencia a la especialización, a la filosofía aplicada, a la intervención mediática. Pero quiero señalar algunos otros aspectos. En primer lugar la aparición de una figura filosóficamente muy potente que es Felipe Martinez Marzoa. Nacido en 1942, aparece en el libro de Vázquez de una manera marginal y con razón: en aquellos momentos no había desarrollado aún plenamente su autonomía creativa. También me parece importante la importancia que han adquirido algunos de los discípulos de Sacristán. Desde el punto de vista d ella autonomía creativa destacaría a Antoni Doménech y a Francisco Fernández Buey (que falleció también el 2012).  Miguel Morey, que pertenece a la generación de los anteriores, ha destaca en esta filosofía ligada a la literatura. 
En cuanto a Eugenio Trías ¿ que podemos decir  hoy? Eugenio Trías (que falleció también el fatídico 2012) se deslizó por caminos marginales de la filosofía académica pero manteniendo su dignidad filosófica: el cine, la música. Mantuvo su autonomía creativa. 
 ¿ Y cómo no destacar finalmente a filósofos de otras generaciones más jóvenes, como los propios Francisco Vázquez García y José Luis Moreno Pestaña ? Ello son, me parece, una excelente cantera de la filosofía española actual y vale la pena mencionarlos: se lo merecen.

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